Un hombre desesperado por escapar de la pobreza viaja al remoto lago Medialuna, donde, motivado por viejas historias de tesoros, se encuentra atrapado en una espiral de paranoia y terror. Enfrentado a criaturas sombrías y sus propios miedos, deberá luchar por su vida mientras descubre que la única salvación depende de él.

Qué rico es el perfume del verano. En las noches llena de vida y colores lo más opaco y oscuro, donde las luciérnagas hacen su juego y todos andan sin desvelo. Aquí están todos contentos, iluminados y joviales. Hoy hace un siglo, se cumple el recuerdo del lago de la medialuna. Aquel día todos fueron libres de sus males y temores, pudieron vivir y aprender a existir en una verdadera iluminación, sin necesidad de preocuparse. En cierto modo, todos fueron libres, su paz los hizo libres. Gracias lago.
Me dirigía hacia aquella localidad en el medio de las montañas. Como de costumbre en el hemisferio norte, durante el verano la vida abunda y en el invierno a duras penas encuentras un alma por algún lado. No sería sino este el caso más vivido de un paseo de verano. Quise desde muy pequeño encontrar algún tesoro, especialmente oro, algún diamante o piedras preciosas que me hicieran rico y millonario. Ricos somos todos, depende en qué.
Partí hacia el lago Medialuna, donde los veranos ya no iba nadie, pero se creía que hacía unos 100 años o un poco más, algunos aventureros encontraron oro. Como no hicieron bulla de su descubrimiento, muy poca gente sabía al respecto, de hecho, esta historia no la saqué sino del cuento de mis abuelos.
Qué lindo recordar esas noches en familia, echando cuentos junto al comedor. No hablo de fogata, pero sí de personas. Todos escuchando cuando las luces estaban bajas las historias de terror. Quizás, si me lo propusiera, podría coleccionar una cantidad muy importante para compartirles. Sin embargo, hoy me toca hablarles sobre la única que de momento pude corroborar y fue la de mi visita al lago Medialuna.
Todo empezó cuando estaba en un aprieto económico. Literalmente la estaba pasando mal. No tenía ni para un café así que vendí uno de mis bienes más preciados, mi primera guitarra eléctrica y reuní el dinero para ir al lago. Solo me motivaba hacerme rico de la forma más inverosímil y callármelo para que no sufriera el lago de la avaricia de otros más que la mía. Claro si es que puedo considerarme avaro por querer salir de la pobreza. Pero bueno, cuestión, mis motivos no eran nada del otro mundo, tampoco mi preparación porque, además de la historia que me contaron de los hombres que se hicieron ricos por allá por el 1900 y bueno saber dónde queda el lago, realmente, no sé nada.
Convoqué a tres amigos para el viaje, Sebastián, Patricio y Marcos. Unos verdaderos personajes. Destacan todos ellos por su lealtad y disposición, nunca me dejaron mal en situación alguna. Lástima que, con el paso del tiempo y de sus vidas, para ahora nuestros treinta años, todos se encuentran sin disponibilidad de viajar. Una lástima, me dieron la espalda, pero no por mala gana sino por no estar destinados a viajar. En fin, hijo único que nace sol y muere solo, seguramente algo sabe de lidiar con su sombra y sus pensamientos.
Al igual que un buen espía, un asesino en serie o algún hombre con amantes de tantos años, pude salir de la ciudad sin darle muchas explicaciones a nadie. Creo que ni yo sabía realmente a qué iba, solo que me dio un arranque de desesperación y se me ocurrió comprar una pala, un martillo, guantes, manguera, varios bidones de agua y montar todo en la camioneta. Era una pickup muy vieja, de la década del 90 pero más que suficiente para encender en caso de atascarse o, mejor aún, no llamar la atención. Así, como si nada, comencé mi salida de la ciudad. Puse en el mapa de Google el lago Medialuna. Me tiró la ruta más sencilla que, para haber salido a las 9 de la mañana, estaría allí alrededor de las 12 del mediodía. No es una distancia muy relevante como para morir de aburrimiento, pero sí para despejar la mente.
Cuando tomas viajes de más de una hora ya tienes una obligación moral de pasar al menos un día en el lugar. Es decir, dale, no puede ir y volver en un solo día salvo que sea una cuestión laboral. No sé me parece perder el tiempo, lo cual es lógicamente irrelevante porque debes volver en algún momento y es el mismo tiempo, pero ajá, no lo siento así, no sé, para que valga la pena al menos un día debo pasar y si acaso más, mejor.
Con el pasar de las horas y la música de fondo salía de la ciudad y me tenía que poner a subir esas curvas de montaña. Lo mejor del caso era el bajar la velocidad y disfrutar de la brisa, así me refrescaba y ventilaba un poco dentro de la camioneta. Qué rico el olor a verano donde no hay calor excesivo y puedes sentir la brisa abrazando tu camino. La verdad las sensaciones con la naturaleza dentro de un auto con interesantes porque sientes que estás allí afuera pero no lo estás, solo te pega un chorrito de aire y ves la vegetación a tu alrededor. En este caso la carretera estaba impecable, para ser subidas bastante empinadas, no estaba nada resbaladizo el camino y algún que otro carro venía cada tanto. No dejaba de asombrarme, sin embargo, el ver hacia abajo. Estas curvas de ponen a pensar que si es un día de lluvia y las tomas mal vas a parar a uno de esos desfiladeros, donde quizás y con suerte, puede ser que alguien te vea en algún momento y te rescate, si es que sobrevives claro.
Así, con música de fondo, pude pasar mis horas de viaje y salir del calor veraniego en las planicies hasta las montañas refrescantes en esta época del año. Muchos me envidiarían realmente, hacer todo así de la nada, porque tuve un chispazo de idea y me atreví. Ni yo me creo a veces lo espontáneos que podemos ser, es decir, la capacidad de que nos importe poco o nada alguna barrera para romperla y dar el paso a hacer algo. Piénsenlo, quizás mi caso no es el mejor ejemplo, pero ¿nunca les pasó de hacer algo nuevo de la nada? Prueben tener una necesidad importante, creo que eso te empuja por la cornisa. Lo que hace la desesperación. Dios mío.
Finalmente llegué, a la cima para volver a bajar dos montañas más y al cabo de una hora, extra por la inclinación, pude ver el lago a lo lejos. Estaba todo lindo, sin muchas casas, solo había unas que parecían vacacionales, pero no estaban las personas allí, al menos no las vi. Me hice el pendejo que no sabe nada y seguí manejando hasta un punto de monte y maleza alto, espeso y tan oscuro como para tapar mi pickup roja. Como nota mental pensé que quizás si compro otra camioneta como esta, pero más nueva la pongo verde militar para que se camufle en este tipo de situaciones. Re delincuente el pibe.
Lo que un impulsivo y espontáneo no tiene en cuenta en este tipo de planes es muchas veces que las leyendas no son específicas y que allí estaba, como un tarado esperando hacerme rico encontrando oro sin saber, primero, ni cómo se encuentra el oro en la naturaleza ni qué podría usar más que las herramientas que ya compré. Tampoco me llevé muchas provisiones que si las botellas de agua y algunos enlatados. A poco pensé que iba a buscar un cofre del tesoro esperándome por ahí. No pasó, realmente, no pasó.
Con la referencia en el cuento que me echó mi abuelo, comencé a buscar por las orillas del lago, ya que no hacía frío el agua estaba amigable así que, siguiendo las referencias de películas y caricaturas donde encuentran oro, me fui a las zonas de la arena baja donde hay sedimentos para ver si veía esas pepitas doradas. La influencia de Yosemite Sam y otros de los amigos de Bugs Bunny. Lo que encontré no era nada lindo, piedritas, piedritas de colores, arena y para mi suerte un par de caracoles que no sé si son tóxicos o no, pero es mejor no arriesgar. — Cuánto usa uno el no a veces ¿no es así? —.
Como después de dos horas de dar vueltas elegí un punto para cavar. Tenía que empezar por algún lado y no tenía todo el día. Cogí la pala y empecé junto a un arroyo, en una de las montañas que rodeaban al lago. Quería desviar un poco el curso del agua y ver si sacando esa tierra de abajo los sedimentos se movía y veía algún brillo dorado. Aclaro que no tenía ni la más remota idea, es decir, ni puta idea de lo que hacía, o sea lo pensé y ya pues. En ese momento me asusté un poco, no quisiera haber estado molestando ni dañando el espacio y quise estar lo más discreto posible con relación a esas casas de vacaciones. Pero bueno, ese mismo nerviosismo me llevó a sentirme observado y culpable, así que hice ese hueco rápido y tapé la pala con unas ramas.
Efectiva y elementalmente mis queridos Wattsones. No encontré un coño. No había nada, solo tierra sucia y más piedritas, así que me moví, ya sin tanto paniqueo más abajo, donde oh sorpresa, nada. Es más no encontré ni una piedrita que dijera “coño está bonita, la guardo”. Algo evidentemente estaba haciendo mal y no había señal de internet como para andar buscando. El estar en esta situación de por sí es haber hecho las cosas mal pero bueno, así es la vida hay peores decisiones, considero al menos.
Ya pasado el mediodía me eché bajo un árbol a comer. Algo pasaba, me sentía observado, creo que era el pánico y la desesperación por haber estado dañando el medio ambiente, pero era una desesperación real. El estilo de miedo que tenía era que había gente tras los arbustos, aunque sabía que no había nadie y que solo era mi mente haciéndome ver o sentir eso. Sin embargo, no pude comer a gusto, de hecho, luego de eso me cuestioné si había gente en esas casas como para no sentir que estaba allí, en el medio de la nada a merced de los fantasmas. Eso sí, todos son valientes y pelo en pecho hasta que están en una situación de esas, ahí, como dicen por los llanos, les empieza a dar culillo.
Respiré eché una vista al cielo, una pequeña señal de la cruz y me puse con lo mío a seguir buscando. En eso, como el propio as de ases, se me hizo la tarde. No estaba mal la vista, de hecho, como estábamos en verano, podía verse toda la vegetación a la orilla del lago, frondosa y verdosa. El sol se posó majestuosamente para mí trayéndome sensaciones de nostalgia, por el atardecer. Qué belleza, no podía creer que este escenario estaba allí y yo era el único que lo presenciaba. En ese momento encontré un amor por la vida que no sentía hacía tanto tiempo.
Me puse hora límite. Al terminar el atardecer recogía todo y me iba del lugar. Ya era hora de volver, sin nada más que más gastos, pero bueno, tendría una referencia y fotos de una tarde hermosa. Al menos iba a hacer un lindo post en Instagram cuando llegase y estuviese pendiente de quiénes se ponen a ver mis historias y darme like. Ah, las cosas que pensaba. Así de bobos somos todos cada tanto, literally.
Llegada y finalizada la puesta del sol me monté en el carro y lo prendí. El problema fue que se apagó y ahí me cagué. Nunca sentí miedo prácticamente de esta magnitud. Sentir que estás solo en un lago en la loma del zamuro no te deja estar en paz. Lo peor es que nadie me llevó, yo solito, pero solito, me monté en ese carro y aparecí en el medio de la nada como el propio pendejo. LOS CULPABLES DE MUCHAS DE NUESTRAS DESGRACIAS SOMOS NOSOTROS. Bien, al menos en mayúsculas la gente entiende un poco más.
Tendría que acercarme a esas casas, pero no lo sé Rick, ni una luz encendida y no veía movimiento de gente. Raro, todo se ponía raro. Consecuentemente, comenzaron a caer las preguntas ¿por qué está deshabitado? ¿mi abuelo dijo algo en especial del lago? ¿quién me manda de pendejo a no buscar otra cosa? ¿por qué no vendí el carro? ¿Qué voy a comer y con qué voy a dormir si esto no prende? Tantas cosas irrelevantes, pero al final, algo más apareció. La idea, la horrible idea de que hubiese fantasmas que me estuviesen viendo. Tan solo pensarlo a era desesperante y aparte, podría haber ocurrido que ellos me apagaran el auto y evitaran que estuviese bien para escapar. Eureka, por eso las casas están desocupadas, claro, todo tiene sentido, ahora ellos espantaron y llenaron de tragedia a quienes pasan por ahí.
El pánico apareció, pero como no había nadie, puse música para calmarme. Claro, los fantasmas le temen al rock en alemán. Puse Sirenen, de Madsen, ya que me protegería de todo mal tal cual rosario que, obviamente, me decidí a rezar. Sin efecto, el miedo no se iba, al contrario, se incrementaba. Lo bueno y que rescato es que la luz de la luna brillaba y me daba fe, de que o moría viendo a un cielo estrellado y hermoso o que bueno sobrevivía gracias a ella. Estos son algunos de los instantes más raros, pues sabes que no estás seguro, pero como es tu suerte y tu decisión estar allí, quizás permaneces inmutable, como una hoja esperando el viento o las nubes a juntarse para la lluvia. No está presente la tragedia pero es inminente, eso te desespera, hoy, mañana y siempre.
La paranoia se incrementaba, de hecho, sudaba mucho y trataba de no ver hacia lo lejos para no encontrar ilusiones de mi mente. Todo era amenazante, la naturaleza, las aves, los ruidos, el miedo estaba presente, yo en ese momento era el propio cagón. Sabía que no estaba pasando nada y solo era mi imaginación. Esas figuras de la noche no eran reales porque a donde veía solo una mata, una sombra de la misma mata o la mía. Incluso temí por mi vida al ver a mi propia sombra. Lo peor es que la música no servía y obvio sin cobertura. Para que el cuentico de terror fuese más aterrador.
De pronto escuché golpeteos en un árbol y eran unas aves. Quiero resaltar que todo lo que ha pasado lo he visto desde el auto, donde ver a los lados era una forma de protegerme arriesgando a uno de los lados que quedaba desprovisto de mi vista. Así, pasaron horas y me fui calmando. Ya la brisa era solo la brisa y bueno uno se acostumbra de a poco, sino te mueres o vuelves loco. Cuando vi así hacia la derecha, un rostro negro, pegado a la ventana que me revolvió el estómago, hizo pelar los ojos y sentir el escalofrío más horrible de mi vida. Era una especie de mancha negra en la ventana, pero se movía. Un ser oscuro, todo negro con rayas rojas cerca de los ojos, algunas otras blancas. No podía creer, pero sus garras, porque eran garras estaban tratando de abrir la puerta y el carro no prendía.
Algo estaba allí, junto a mí, el frío, marico, el frío me estaba atrapando y sentí que me volvía loco que iba a morir y eso era real. El cuento y el cuentacuentos acabarían allí porque golpeaban para sacarme del auto. Menos mal pasé el seguro. Después de un rato y que no podía abrir las puertas me empecé a calmar y espantarlos. Lo peor es el momento inicial del susto, pero no sabía qué más hacer más que estar preso de mi miedo con el corazón en la boca y ese frío de mierda en mi piel. Trataba de encender el auto, pero eso no servía, literalmente nada arrancaba era yo contra el destino y mi destino era morir.
De pronto se fue ese rostro horrible de la ventana de la puerta del copiloto y apareció en la mía. El grito que pegué seguro alarmó a la luna porque se nubló y se fue. La oscuridad completa contra mí. Cuando pensé que al menos estaba protegido, vi que del agua aparecían otros más como él. Todos desformes y encorvados. Con ese rostro y totalidad negros como el petróleo y con la cara delineada de colores rojo y blanco. Venían con garras en sus manos, eso lo veía, no eran humanos y querían mi vida. Los demonios esos golpeaban el carro y lo movía, casi siento como lo intentaban voltear para sacarme. Si eran humanos me iban a matar y si eran fantasmas el destino no parecía ser muy diferente. Horrible, horrible. Nada me podía ayudar. Así que de pronto, intenté encender el auto y sirvió, le metí 4ta velocidad de una vez y me fui derecho, lamentablemente, me quedé sin frenos y choqué el carro. Así como pude salí corriendo mientras los vi que me perseguían.
¿A dónde correrían ustedes? No sé mi desesperación me llevó a correr hacia una de las casas que estaba sin luces. Como pude abrí una puerta como de cocina y vi que estaba la sala vacía, la casa era pequeña, vacacional con lo que parecían ser 3 habitaciones, living comedor y una escalera al sótano. Gracias a los nervios y querer pasar desapercibido me escondí tras la isla de la cocina, allí no podían verme desde afuera. Me quedé viendo el piso, pensando “¿cómo escapo ahora?” Pero pensar es difícil en estas situaciones, debes ser muy calmo y tener experiencia o suerte. Solo supe que me buscaban, y que esperaba lo peor. Agachado contuve la respiración lo más que pude, pero ahí sentí cómo golpeaban la puerta, tratando de entrar, era solo cuestión de tiempo. Recuerdo los ruidos extraños que hacían, no hablaban solo sollozaban, suficientemente vil como para helarte la sangre.
Finalmente, rompieron la puerta y escuché los primeros pasos. Un frío recorrió mi cuerpo y me paralicé, no pude pensar en qué hacer, estaba de espaldas pegado a las gavetas de la isla, ellos, en la entrada viendo seguramente hacia mí, aunque no sabía con certeza, mi mente estaba segura. De pronto escucho que están parados cerca, pues solo me quedaban dos cosas. La primera era correr desesperado y la segunda, esperar lo mejor. Elegí correr sin ver a los lados y ya no era uno sino al menos tres en la entrada, con sus caras tétricas que deseo olvidar.
En mi desespero fui al sótano, cerré la puerta como pude pero era inútil, ya vendrían. En ese sótano no había nada, era solo ganar unos minutos de vida. Es la peor sensación, saber que la muerte es inminente y tratar de huir de algo que no tiene escapatoria. Confieso que la condena de esta vida se acercó, así que decidí alargar lo más que pude esa esperanza, me encerré en el baño del sótano, sin luz, a oscuras. Estaba rodeado.
No sé si fueron las oraciones que ni supe cómo hacer, algún flechazo de suerte pero la ventana del baño tenía un espacio suficiente para salir. Mientras ellos forcejearon con la puerta me monté en el tanque del inodoro y me metí en esa ventana. Tardé unos segundos, en un punto atorado rogué que ninguno estuviese de ese lado de la casa viéndome o que entrasen y quedaran mis piernas asomadas para que las tomaran. Por suerte escapé. Acto seguido corrí, con una sonrisa ridícula en mi cara, realmente estúpida podría decir. Para nada por que vi cómo a lo lejos venían tras de mí.
Nunca corrí tan rápido —excepto cuando un perro me persiguió a los 14 años en mi urbanización, ahí pegué el pire—, para huir de algo. Seguía y cuando volteaba los veía más cerca. No eran lentos, de hecho corrían muy rápido. Mi camino era hacia la entrada del lago, por donde vine me iría pero sin camioneta, con frío, de noche y en ese instante, sentí que ya sus pisadas estaban más cerca. Era vivir o morir.
Elegí vivir. Me lancé colina abajo en la carretera y rodé a los coñazos hasta una parte de la curva y ellos venía, a lo lejos, no paraban. Corrían y corrían tras de mí mientras mi miedo no tenía comparación. Estaba solo en el mismo infierno, creo que peor porque en el infierno hay gente, aquí no hay un coño solo esas vainas y yo.
Al cabo de correr los perdí al fondo, se quedaron parados viéndome y de repente me sentí en paz, cuando volteo para seguir ahí estaba uno frente a mí con una sonrisa tétrica y cínica. Era mi final. Cuando peló los dientes con una sonrisa había un olor a azufre y me tomó del brazo y gritó horriblemente. No sé, era mi fin, de pronto escuché cómo los otros venían corriendo este me trató de agarrar con sus garras, pero lo golpeé de pronto y tan fuerte que me pude escapar corriendo. Un reflejo de supervivencia, por ahí no había un alma, quizás solo la mía. En esa situación aparecen todos los dioses y todas las fuerzas que consideres que existen. No eres tú contra un problema, eres tú contra la muerte, no hay opción, sin embargo, agradezco a mi instinto por no rendirse y golpear y correr. Si mi muerte llegaba no sería en ese instante.
Bajando la colina no daba más y aparecían más colina abajo, no tenía sentido correr y tendría solo que echarme a esperar mi destino. Decidí pelear, moriría peleando, seguro no duraba mucho, pero hasta ahí me quedaba. Era yo, un hombre, un pendejo de mierda, contra unos demonios. No era florentino ni el payador, era un mortal con nada más que miedo, realmente sentía miedo por morir. Se me acercaron y comencé a sonreír y golpear, de pronto uno me rasgó la espalda. Me cortó, otro me agarró una pierna y mordió. La sangre de mi cuerpo en el piso era real. Caí y cuando me saltaron a morder el cuello con sus colmillos pasó.
Recordando un refrán de mi llano místico y querido, el cantar de un gallo, serían entre las tres y las cinco de la mañana. Se pararon. Para que ustedes vean que esos refranes algo de verdad tienen. Los muertos, zombis o lo que sea se fueron. Me dejaron ahí tirado, herido y apenas pudiendo arrastrarme. Lloré, lloré por mi vida como nunca.
Como pude me levanté y vi que a lo lejos estaba mi camioneta, como si nada. En la entrada del lago. Pensé que si iba los volvería a buscar entonces seguí bajando rápido porque a lo lejos, dentro de ella vi a uno sonriendo, con esos ojos demoniacos y la silueta de este diablo. Me apuré y seguí bajando antes de que el gallo y su protección terminaran.
El milagro pasó, un camionero me vio y me dio una mano. Me subió al vehículo y le conté, medio paralizado como estaba, todo lo que me pasó. El tipo estaba mudo, no me quería ni decir una palabra. Eso me puso más nervioso hasta que lo vi y entre lo impactado que estaba empezó a reírse. Me dijo que era un embustero y que por eso me dejaba en la primera gasolinera. No le discutí, era poco creíble, bien pudo pensar de mí que era otro drogadicto desahuciado.
Al llegar a la estación de servicio, el hombre me dijo que bajara. Bajé lento de la baranda y fui a buscar ayuda adentro. Cuando volteé no estaba ni el camión en el horizonte ni mucho menos su rastro. Lo que sí es que al entrar no había nadie y me tiré en una silla. Estaba pensando que quizás habían ido a tomar un descanso. El lugar estaba lindo e impecable, todo lucía bien, así que pedí ayuda. Nadie salió. Cerré los ojos y cuando lo abrí, en la ventana estaban los demonios otra vez, y el sitio estaba abandonado. Me incorporé a mi cuerpo como pude y corrí a rastras. Sangrando, débil, ellos a un paso ligero y con gritos en la infinidad del camino venían por mí. Ahora sí, nada tenía sentido, lloré y lloré hasta que el sol salió y me desmayé. En la ruta 2, me pasó, a las afueras de la ciudad de El Indio. Me encontraron dicen y amanecí en un hospital, lo bueno es que en mis bolsillos tenía unas pepitas de oro que me sacaron de la deuda y dos diamantes, que, recordando el cuento de mi abuelo, explica por qué coño esos carajos no volvieron a esa laguna. Podría terminar esto con un refrán pero estoy vivo y contando la historia, que es bastante decir.
José Jesús Lara Yagia
Palermo, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
19/07/2024.
4:18 a.m.